¿Cómo influyen las creencias y expectativas de los adultos en los/las niños/as?

El efecto Pigmalión explica cómo estas expectativas van a condicionar la conducta y comportamiento de los más pequeños, de forma que su actuación concuerde con lo que se piensa sobre ellos. De este modo se crea una profecía autocumplida, una especia de círculo vicioso difícil de romper.

Aunque funciona en cualquier momento de nuestras vidas, hoy nos centraremos en la importancia de este efecto en la infancia, donde cobra especial importancia debido al constante proceso de desarrollo y aprendizaje.

 

¿Qué es el efecto Pigmalión?

Uno de los experimentos más interesantes sobre el efecto Pigmalión fue desarrollado por los psicólogos Rosenthal y Jacobson. Esta investigación realizada en una escuela con alumnado de primaria, estableció dos grupos: uno formado por niños y niñas con alta capacidad intelectual que obtenían buenos resultados académicos, y otro formado por alumnos y alumnas con inteligencia inferior a la media y notas mediocres.

Sin embargo, al profesorado se le dio la información invertida sobre los grupos. Es decir, los maestros creían que el primer grupo (formado por el alumnado con mayor capacidad) estaba conformado por los peores estudiantes y que el segundo grupo (realmente formado por quiénes obtenían peores resultados) poseía mayor nivel intelectual.

Después de un tiempo de intervención, se observó como los estudiantes más capacitados comenzaban a empeorar en sus resultados, mientras que aquellos que pertenecían al grupo con menor rendimiento, mejoraban en sus notas de manera significativa.

¿Cómo puede ser esto posible? El profesorado, de manera inconsciente, se comportaba de manera diferente según el grupo con el que trabajasen. Por ejemplo, con el grupo que consideraban más inteligente les daban más tiempo de ejecución, les motivaban y reforzaban de manera más frecuente y se molestaban menos ante sus errores.

De este modo se demuestra cómo las creencias y expectativas de las personas adultas (sean o no conscientes) se transmiten tanto por la comunicación verbal y no verbal (palabras, gestos, tono de voz, …), como por la cantidad de atención recibida, las críticas realizadas o las exigencias. Todo ello incide de manera positiva o negativa en la conducta, el desempeño y los resultados de los y las niñas.

 

Interior efecto Pigmalión Sagüés Psicología Oviedo

 

 

¿Por qué es especialmente importante en la infancia?

La infancia es un periodo sensible, donde se van a aprender y conformar algunos de los pilares fundamentales para un desarrollo adulto sano.

Un concepto clave es el autoconcepto. Esto es, la imagen que cada persona tiene de sí misma. Engloba opiniones, ideas, valoraciones y sentimientos, tanto de sus propias características y capacidades personales (físicos, habilidades, etc.) como sociales.

La formación de nuestro autoconcepto comienza en la niñez. La imagen que nos formemos en estos primeros momentos suele acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida, por lo que es una etapa crucial. Si como niños nos percibimos con habilidades y cualidades positivas suficientes para hacer frente a las distintas situaciones, seremos adultos con una sana autoestima y capaces de enfrentarnos a lo que nos propongamos. Por el contrario, si de pequeños nos percibimos con baja capacidad, habilidades y cualidades negativas, es posible que en un futuro tengamos baja autoestima y presentemos dificultades para alcanzar metas y retos.

Esta imagen sobre nuestro propio yo se va formando y desarrollando en relación con las valoraciones que recibimos de nuestras figuras de referencia (padres, abuelos, profesores, …), que pueden ser valoradas como positivas o negativas.

Por eso mismo, si el niño o la niña recibe a través de las palabras, los gestos, los comentarios, las miradas, etc. una etiqueta o una limitación, asumirá éstas como verdaderas.

 

Y en la práctica… ¿Cómo debemos utilizar el efecto Pigmalión?

Como hemos visto, este efecto puede generar una influencia positiva o negativa.

Unas creencias y expectativas negativas limitarán las potencialidades de los niños y niñas que, con mayor probabilidad, tendrán menor autoestima y falta de confianza en sí mismos.

Sin embargo, también podemos usar este efecto de manera positiva, creando un ambiente motivador que incremente su autoestima y su confianza.

No se trata de mentir, generar falsas ilusiones o proponer metas demasiado inalcanzables, sino de desarrollar expectativas realistas sobre el niño, fomentando el máximo desarrollo de su potencial y aumentando la confianza en sí mismo. Como personas adultas, debemos aprender a medir nuestras expectativas y cuidar la manera en que nos referimos a los más pequeños, ya que podemos ser potenciadores o limitadores de su desarrollo.

Asegurémonos de motivarles a superar sus barreras y dificultades, pero sin añadir presión a la situación. ¡No olvidemos el gran poder de influencia que tenemos sobre ellos/as!

 

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Leticia Menéndez Sagüés - Oviedo

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